jueves, 18 de noviembre de 2010

Lo que ha pasado

No sabía cómo titular esto, ni sé como escribirlo. Llevo mucho rato delante de la pantalla, pero no avanzo. Me da miedo que tenga consecuencias, quizás debería callarme la boca. Pero es muy chungo, y necesito expresarlo. 

Había terminado ya con todo el trabajo que tenía que hacer. Me sentía muy bien, pensaba pillar un bus para Granada en un rato. De hecho, ya le había dejado un montón de comida a Naranja, ya que le iba a dejar solo un par de días. Pero se me ha ocurrido abrir la ventana y la persiana que llevaban amuralladas desde que empecé a trabajar desde casa. En qué mala hora (o buena, según se mire).

Nada más abrir la ventana, antes de abrir la persiana, ya se escuchaban gritos. Desde el pequeño balcón de mi habitación, que da a la Calle Ancha del pueblo, he visto un coche de policía parado.

Al mirar a la izquierda, a unos pocos metros de la posición del vehículo, había un agente de policía, gritando y apuntando a dos personas. No sé qué mierda les pasaba, pero llevaban batas del hospital, de las que les ponen a los pacientes para que, por algún motivo, se les vea el culo. En realidad, desde mi posición no podía divisar sus posaderas. El caso es que el policía les gritaba y les apuntaba con su arma. Creo que les decía que se pararan. Pero estos seguían andando hacia él. parecían muy jodidos, andaban muy lentos, debían estar muy enfermos. Pero lo peor es que el agente empezó a pegar tiros sin parar, y se los cargo. ¡Mató a esos hombres!

Dios, nunca había escuchado el sonido de disparos. Me reventó los oídos, y eso que estaba a una relativa distancia. Lo primero que hice, cuando empezó a disparar, fue esconderme, y bajar la persiana poquito a poquito. Solo me faltaría que ese policía se diera cuenta de que le había visto, y subiera a "eliminar testigos".

Poco después, escuché su coche arrancar, e irse a toda velocidad. Eran las 10 de la noche, y en pueblos como este, la calle ya estaba desierta (salvo por las tres personas nombradas). Pero, de la manera en que se escucharon los tiros, debió enterarse todo el mundo.

Yo no me he quedado en la ventana a presenciar como evolucionaba la historia. Lo he cerrado todo, y punto. No puedo permitirme meterme en líos. Yo me voy a casa de mi madre mañana, a primera hora, y punto. En cualquier caso, tampoco hay nada que pueda hacer. No voy a llamar a la policía para explicar que uno de sus compañeros ha matado a dos personas. Si lo hago, seguro que soy el siguiente. Los maderos de pueblo se conocen todos, son amigos, le defenderán, y sabe Dios qué me harán a mí. O peor, quizás sea él el que coja el teléfono...

Pero, ¿qué coño ha sido eso? Sé que hay un brote de gripe muy duro que se está cebando con el pueblo, pero se supone que solo es gripe... Quizás el hospital se haya desbordado, y se hayan escapado algunos pacientes. Sé que la fiebre alta puede llegar a causar alucinaciones y psicosis. Es posible que esos pacientes llevaran un colocón importante. O quizás lo tenía el poli, si él estaba también enfermo. Esto podría pasar si en el pueblo se hubieran quedado sin antibióticos, lo que sería bastante grave. Pero la capital está a 70 kilómetros, no es un viaje tan largo para traer recursos.

No me puedo imaginar el estado en el que estará el hospital. Y me preocupa, porque la estación de buses está cerca del recinto. Pero yo me voy, lo tengo claro. Me preocupa dejar a Naranja aquí, pero no me lo puedo llevar. Se vuelve loco cuando sale a la calle. Los gatos son muy nerviosos, y este lo es especialmente. Es un salvaje, aunque espero que sea cosa de la adolescencia gatuna, y se le pase. Se tiene que quedar aquí. Solo será un par de días, porque se supone que el lunes vuelvo a la oficina.

A las 5 estoy en pie mañana. A esa hora, no hay enfermos ni policías por la calle. Hasta el más malvado de los delincuentes está dormido a las 5. Pero yo no, yo me voy y me monto en el primer bus que me lleve a la ciudad. Unos días alejado de este lugar me vendrán bien, y me alejaré de los problemas.

Voy a informar por email del trabajo realizado al jefe, que espero que no tenga problemas tan graves por la gripe. Voy a poner la televisión, a ver si alguien dice algo sobre esto. No sé si alguien me leerá, por suerte, no tengo mi nombre por ningún lado en el blog. Pero si me dejáis algún comentario, quizás me ayude a pasar el rato.

Uff, vaya día. Estoy cagado. He apartado la vista justo después del primer disparo, no he llegado, en realidad, ver morir a nadie. Pero esos no eran disparos de aviso. El agente apuntaba a sus cuerpos, y estaba muy decidido. De la manera en que luego se ha ido, a toda velocidad, tengo muy claro que se los ha cargado.

Ciudades y pueblos (II)

Ayer quería comentar algunas cosas sobre ciudades y pueblos, pero al final me enrollé hablando sobre mi viaje a La Capital. No era esa la reflexión que quería llevar a cabo.

No, quería hablar, más bien, de mi incapacidad para adaptarme. Porque, allí, una vez que pasaron esas primeras semanas complicadas económicamente, en las que, por ejemplo, tuve que comer macarrones con chocolate en polvo, porque me quedé sin dinero para hacer la compra, las cosas se tranquilizaron. Poco a poco, fue mejorando mi sueldo, y no tuve problemas para mandar dinero a casa, ni para comprar regalos para la familia. Todo estaba bien en ese sentido.

Pero no soportaba estar allí. Casi todos los fines de semana tenía que viajar a casa de mi madre, porque me sentía muy vacío con todo lo que no fuera el trabajo. Compartía piso, y también sentía que no tenía libertad, ni siquiera, pasa salir de mi habitación para orinar.

Los viajes en metro diarios eran insoportables. Mucho asfalto, calles y calles que eran iguales unas a otras. Salía a pasear, y nunca llegaba a ningún sitio. Todas las manzanas me parecían iguales, todos los comercios, copias unos de otros. 

Ahora, odio el pueblo, porque no puedo ni salir a pasear. No hay nada, y si  ando 15 minutos, me salgo del municipio. En la ciudad, en 15 minutos no había salido de mi calle. Había tantas cosas, que era casi imposible llegar a ninguna.

En la capital, no conocía a nadie. Aquí, me fastidia encontrarme a los mismos idiotas en todas partes. Ni siquiera puedo ir a hacer la compra sin encontrarme a alguno de mis jefes, o a sus familiares.

Ni tanto ni tan calvo... Pero, ¿habrá algún sitio en el que yo pueda ser feliz? ¿Por qué me siento tan mal en todas partes?

Algo está mal dentro de mí. Me voy a poner a trabajar, a ver si acabo pronto.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ciudades y pueblos

Casi he acabado con el trabajo que tenía pendiente. Y no he recibido nuevas órdenes, así que lo más probable es que pueda tomarme ese día libre que tanto esperaba. Iré a la ciudad y llevaré a mi madre a comer a uno de esos sitios que a ella le gustan, restaurantes a los que le llevaba su abuela cuando era pequeñita. Me gustan esos sitios, porque apenas quedan en la ciudad negocios de los que yo frecuentaba en mi infancia, así que la existencia de locales con, al menos, 60 años de solera, es realmente todo un mérito.

Es raro que mi jefe no me haya mandado más trabajo. Espero que no lo haga mañana. Debe estar muy enfermo, porque, aunque es buen tipo, es de esos jefes que están todo el día pendientes de los trabajadores, como si estos pretendieran estafarle al no cumplir con su deber. Supongo que en localidades alejadas de la ciencia y la cultura como este, los empleados no son de fiar. 

A mí me ha costado mucho adaptarme a la mentalidad de la gente de aquí. Es más, no lo he hecho, y creo que lo he dejado muy claro en otros posts. Pero creo que nunca me he adaptado a ningún sitio, así que criticar al pueblo no está bien.

Cuando vivía en mi ciudad, la capital de la provincia, tampoco estaba cómodo. Me parecía pequeña. Luego me fui a la capital del país, mucho más grande, y mi estado psicológico no mejoró. De hecho, empeoró. El problema debe estar en mí.

Me fui a la inmensa capital buscando trabajo. Estaba desesperado por conseguirlo, porque ya no me quedaba dinero para pagar el alquiler, y mi madre me miraba con malos ojos. Poco antes de caer definitivamente al abismo, me llamaron de allí para hacer una entrevista de trabajo. Era mi última esperanza.

Cogí un poco del dinero que me quedaba para hacer el viaje, y le di el resto a mi madre, para que le pagara a la casera. Su reacción no fue positiva. Prefería que le diera el dinero completo. No se daba cuenta de que, el siguiente mes, sería ya casi imposible para mí recaudar la cantidad suficiente para cubrir las facturas, pero le daba igual. Eso nos hubiera condenado a todos.

No hice caso a sus críticas, y me fui. Cogí un bus nocturno, que llegaba a la Gran Ciudad por la mañana. Pero el tipo que debía entrevistarme no se presentó a la cita, y me pidieron en la empresa que me pasara el día siguiente. Acepté, porque no no tenía otra opción, pero tampoco tenía dinero para pagar un hotel, por muy barato que fuera. Ni siquiera podía pagar, ya, el metro. Me quedaban una monedas con las que me comí un dulce  de una máquina de "vending". Era todo lo que podía pagar. Suerte que ya tenía el billete de vuelta.

Solo se me ocurrió ir a la estación de buses para pasar la noche allí. Tardé unas dos horas, a pie, en llegar a ella, desde la oficina de la empresa en la que me había presentado para nada. Apenas pude dormir, sentado, vigilando la mochila. La gente que duerme por la noche en la estación, es muy rara. Pero lo peor de todo es que esta cerraba entre las 2 y las 5 de la madrugada. 

No sé cual es el motivo por el que una estación cierra durante tres horas por la noche. Seguramente sea para que los indigentes pierdan la esperanza de refugiarse allí. El gobierno de la capital es famoso por su dureza contra las clases más desfavorecidas. Esa noche, yo era un sintecho más, así que esa política me fastidió.

Tuve que pasar unas horas a la intemperie. Hacía un frío que pelaba, así que no fue fácil. Aprendí, entonces, lo que vale  una cavidad en la pared para poder refugiarse del frío. 

Por la mañana, temprano, después de intentar dormir una última hora en la estación, emprendí de nuevo el viaje a pié hacia la estación. Fueron otras dos horas de camino, y en las que el peligro de perderme estaba presente. Tuve mucha suerte, porque si lo hubiera hecho, no hubiera podido retomar el camino correcto de ninguna manera. Pero me dibujé un buen mapa.

Después de pasar una noche en un bus, y otra andando por las mediaciones de la estación de autobuses, el sueño se apoderó de mí. Recuerdo que, en mi caminata, me quedé dormido mientras andaba. No caí, seguía andando, pero, al mismo tiempo, estaba soñando. La realidad se mezclaba con la ficción. Fue muy raro, pero pude aprovecharme de que más de la mitad de mi camino era el línea recta. Tan solo corrí peligro en los cruces.

Cuando llegué a la oficina, El tipo que debía hacerme la entrevista tampoco se presentó. Resultó ser un buen sinvergüenza. Pero no hizo falta; Cris, una chica maravillosa que se convertiría en una gran amiga, me entrevistó. Salí bastante contento, y sorprendido, porque a pesar de mi estado de semi-letargo, me mostré muy profesional. La semana siguiente, comencé a trabajar ahí, y los problemas económicos a medio plazo desaparecieron, aunque el primer mes fue complicado. Antes de cobrar la primera mensualidad, tuve que colarme casi todos los días en el metro para poder ir a la oficina.

Vaya, me lío a escribir, y no paro. Mañana os cuento más cosas, que tengo que trabajar.


Seguimos trabajando

Sigo trabajando. Ahora sin cascos; se me han inflamado los oídos por ponerme la música demasiado alta. Incluso me pican las orejas por dentro. Me he pasado, espero no tener problemas mayores.

Pero ahora hay silencio en el pueblo. Se ha acabado la algarabía, y ni siquiera los vecinos molestan. De hecho, estoy un poco preocupado por ello.

Porque el matrimonio que vive a mi lado mantiene habitualmente discusiones muy caldeadas. Llegan a faltarse bastante al respecto. Anoche, me quité incluso los auriculares un momento, porque sentí un golpe contra mi pared. Me asusté, porque al quitármelos, escuché bastante gritos y golpes. Al final, se hizo el silencio.

Supongo que no pasó nada. Yo también he dado golpes en las paredes en momentos en los que me he enfadado por tonterías. En casa de mi madre hay una grieta en la pared por un golpe que di en un momento de frustración. Si hubiera sido un caso de violencia, creo que se hubieran escuchado llantos o algo. Lo más probable es que la discusión se acabara con un golpe en una puerta, o algo así. Pero no sé si debería haber llamado a la policía...

El caso es que ahora hay tranquilidad por todos lados. Voy a seguir trabajando. Me queda poco, creo que acabaré y tendré mi merecido descanso. Mañana os escribo unas pocas líneas más.

martes, 16 de noviembre de 2010

En mi cueva


Buff, llevo aquí sin salir desde el viernes, y realmente tengo la necesidad de hablar con alguien. Estar tanto tiempo en casa encerrado no es bueno psicológicamente, pero tengo que centrarme en terminar los informes lo antes posible. Si acabo antes del viernes, quizás pueda tomarme algún día libre, irme a la ciudad, ver a la familia...

Pero sí, me viene bien hablar, o al menos, escribir aquí. Mai no me ha llamado, obviamente. Le escribiré un SMS, a ver si quiere quedar a tomar algo. Hay mucho ruido últimamente en el pueblo, gritos y sirenas. Deben ser fiestas. Esta gentuza siempre tiene algo que celebrar. Pero he descubierto que trabajo extremadamente bien, incluso de noche, cuando lo hago con la música puesta a todo volumen, en la oreja. Me incentiva, me espolea, estoy rindiendo mucho. ¡Voy a seguir!

domingo, 14 de noviembre de 2010

Retiro

Me han llamado de la empresa. El jefe está muy enfermo, me han pedido que esté trabajando en casa esta semana, mientras se recupera. 

Lo siento por él, pero la gripe se pasa rápidamente. Y a mí me encanta trabajar en casa, levantarme a la hora que me da la gana, y sentarme a trabajar, con un buen café, música a toda potencia en las orejas, y un gatito al que acariciar. Eso, si consigo que se tranquilice y no rompa nada. Se está cargando todos mis vasos.

Tengo la nevera llena. Y en el congelador está todavía la comida que me traje de casa de mi madre: croquetas, puchero, lentejas y otras cosas que ni siquiera sé lo que son. Así que voy a estar encerrado esta semana, trabajando como un cabrón, pero con la tranquilidad de que no hay nadie mirando lo que hago. 

¡Comienza mi retiro! Por favor, no molesten.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Calentón

Tuve un calentón el otro día, debido al suceso ocurrido en el bus. Pido perdón para aquel que lo leyera, si es que esto lo lee alguien, y se sintiera un poco violentado.

He pensado en quitar el post. Pero creo que sería incorrecto, no debo falsear la realidad. Lo que pasó, pasó. Y, como tengo cambios de ánimo muy grandes, hoy me siento mucho mejor.

He comprado un montón de comida: latas, congelados, legumbres, arroz... Todas esas cosas que duran mucho, y que no son aptas para picar. Así no tendré que salir a deshoras a comprar en el chino.

Estoy bastante contento. Los últimos días, he trabajado muy tranquilo, porque está el jefe enfermo, así que no tengo a nadie exigiendo entregas todo el día. Tengo menos estrés. Además, al volver, he pasado por el instituto en el que trabaja Mai, y la he visto. Estaba fuera, charlando con un tipo.

Me he hecho el tonto. Soy un poco tímido. Pero ella ha cruzado la calle para saludarme, y charlar unos minutos. Ha estado bien, hemos comentado la posibilidad de quedar a tomar algo un día de estos. 

Pues nada, así, más feliz que una perdiz, afronto el fin de semana. No tengo mucho más que decir. 

jueves, 11 de noviembre de 2010

Smartphone

Voy a dejar el post anterior colgado en el blog, porque es interesante para esta referencia. El caso es que la empresa me ha regalado un móvil nuevo, un smartphone de estos de ahora, que hacen de todo, y estaba probándolo.
¡Sí! con este móvil puedo colgar artículos en el blog, ya que tiene Internet vía 3G, y lo paga la empresa. No es, en principio, muy fácil de usar, sobre todo a la hora de escribir, pero puede servir por si quiero poner algo un día, y no tengo acceso al ordenador.

En realidad, me lo habían dado en la empresa hace un mes, pero todavía no había empezado a usarlo. Me han tenido que insistir, porque el jefe me estaba llamando a ese número, y no daba señal. Está trabajando desde casa estos días, porque se ha puesto malo él también, con gripe. Nadie se libra últimamente. 

Me daba pereza abrirlo, a pesar de que es un regalo. Me iba bien mi viejo cacharro, con el único videojuego que llegué a descargar nunca: "El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey". No era un juego muy bueno, pero era mi juego. Total, el móvil solo debería servir para llamar.

Y ni eso quiero hacer. Siempre he usado tarjeta prepago, y con 5 euros cada 3 meses, me bastaba. No me gusta hablar por teléfono, quizás, porque en casa no lo había cuando era pequeño. Nunca me acostumbré a llamar, y todavía me asusto cuando alguien suena, y tengo que hablar un rato.

Bueno, el caso es que ya tengo un móvil nuevo. Es un Samsung  Galaxy. Suena bien, ¿No?

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Prueba desde móvil

Esto es una prueba de escritura desde el móvil. En el siguiente post lo explico.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Asnos Estúpidos



Me gustaría comentar algo que me ocurrió el pasado domingo, y que me tiene bastante jodido. No lo he podido comentar con nadie, básicamente porque no tengo nadie con quién poder hablar. Tan solo, al gato, pero no me da mucha cancha. Maúlla mucho, y no le gusta que le interrumpan.

El domingo cometí un error que, en realidad, esperaba cometer tarde o temprano: salí a la calle y me dejé las llaves en casa. De hecho, es extraño que no me hubiera ocurrido hasta ahora: soy muy despistado. 

Bajé al chino, para comprar algo que llevarme a la boca en la cena. Intento tener el mínimo de comida posible en el frigorífico, para no inflarme. Soy muy tragón. Y, precisamente, ese día había decidido no cenar, una decisión que no mantuve, como suele ocurrir. Por eso iba a la tienda.

Era domingo, ya entrada la noche. Estos pueblos de mierda, en El Día del Señor, están absolutamente vacíos, y ese día, el mío parecía un poblado fantasma. Últimamente está más vacío, incluso. Esta tienda de chinos es lo único que se puede encontrar abierto, siempre con un borracho en la puerta, charlando con el tendero de turno. Muchas veces, son niños pequeños los que están trabajando. También chinos, obviamente.

Compré dos tonterías. y me dirigí a casa. Fue entonces cuando noté que no tenía llaves. "Maldito gilipollas", pensé. No tengo a nadie a quien acudir en este pueblo, así que la única opción que me quedaba era coger el bus a la capital, donde vive mi familia. Por suerte, llevaba la tarjeta para sacar dinero en el cajero, y quedaba media hora para que se fuera el último bus.

Estaba preparado para esta contingencia: le había dado una llave a mi hermano, por si acaso. Sabía que algún día me dejaría las llaves. Soy así de tonto. Pero no podría volver hasta el día siguiente. Quería aprovechar la noche del domingo para avanzar en algunas tareas del trabajo, pero mi portátil se quedó encerrado en casa, junto al gato.

Cuando ya había subido al bus, y estaba sentado en mi asiento, vi subir a una niña pequeña, seguida de un señor, posiblemente su padre. No decían nada, estaban callados, pero en esa mirada seria del hombre, escudriñé el odio más puro, aquel que deja salir el consumo de alcohol en cantidades ingentes, en los hombres verdaderamente malvados. Me recordó a mi padre. 

No me gustan nada las frases hechas, ni los refranes. No conozco ninguno de ellos que sea verdaderamente aplicable. Casi todos son creados por hombres mediocres, para justificar su propia mediocridad. Por eso, tampoco me gusta esa frase que afirma que los borrachos nunca mienten. Lo que hace el alcohol es desinhibir, sacar a la persona que realmente uno es, esa que está sepultada por tantas capas de moral, ética, costumbres, educación...  todas esas mierdas que nos meten en la cabeza desde pequeños. Por eso, si quieres saber si una persona es buena o mala, obsérvala cuando esté muy borracha.

En principio, olvidé la cara del hombre. Yo iba en los primeros asientos del bus, y esta gente se sentó en la parte trasera. Pronto, empecé a escuchar balbuceos de borrachos, pero no le di mucha importancia. Tampoco entendía casi nada, porque los pueblerinos de esta zona hablan con un acento tan marcado, que es casi imposible seguir una conversación suya. Además, la gripe se está extendiendo mucho por el pueblo, y la gente no paraba de toser.

Esto siguió así, hasta que el señor borracho recibió una llamada, que por su respuesta, entendí que era de su madre. Le advertía, e incluso, le amenazaba. Exigía que ella y su hermano fueran a la estación para recogerles. Y aprovechaba para hablar mal de la niña, para decir literalmente, que estaba "envenená".

Por lo visto, su propia madre le colgó el teléfono. Entonces, y a pesar del mareo que yo llevaba, porque ese bus toma carreteras secundarias para entrar a aldeas de la zona, empecé a entender, mejor, lo que decía el borracho. Los balbuceos eran ofensas a la niña, que debía contar con unos 7 u 8 años de edad. Le decía que no la quería a su lado, que tenía que irse con su madre (supongo que están separados). "Me estás sobrando"; "Tu madre te ha enveneao". Cosas así decía...

Esos reproches de borracho se fueron intensificando, convirtiéndose en insultos realmente graves. Entonces, escuché el sonido inconfundible de un buen guantazo en la cara, y muchos gritos, y llantos de niña a posteriori. Me giré, lleno de cólera, temiendo que hubiera golpeado a la pequeña. Pero no, estaba discutiendo un chico, que estaba sentado por su zona.

Parece ser que las personas que estaban sentadas cerca de ellos habían escuchado cosas bastante más explícitas que las que habían llegado a mis oídos. Había una chica consolando a la niña, y un chaval, de unos 20 años, con la cara colorada. Un montón de jóvenes, que se sentaban al final para escuchar su música, se habían levantado, para frenar al borracho, que había pegado al joven. Este había exigido, harto, respeto para la niña, y había sido castigado por ello.

Y aún seguía amenazándole, reprochándole que se metiera en sus asuntos, diciendo que él no conocía las circunstancias de esa niña. "Tu estudiarás mucho, pero yo soy un hombre que ha vivido 46 años". En fin, decía el simple montón de basura que es capaz de articular esa clase de deshechos humanos, que nunca ha hecho nada de valor en la vida, salvo robar y pelear. Temiendo que en la estación alguien esperara al joven y quisiera defenderle, empezó a hablar de sus guerras con la Guardia Civil, todas falsas, obviamente, con el solo propósito de intimidar.

Pero, al llegar a la estación, nadie esperaba al chico. Tampoco estaba La Policía, que tiene puesto fijo allí, para evitar los típicos robos y estafas que se dan en una estación llena de turistas y viajeros cargados con fardos. Eran las 23:15, una gran hora para el nacimiento de problemas, y nadie allí estaba para evitarlo, salvo yo.

Me mantuve a unos metros del borracho, que seguía gritándole al chico. Apareció la madre del canalla, y la niña pequeña salió corriendo, gritando y llorando. "¡Abuelaaa!", gritaba, con una pena que se me clavó en el alma. Al salir de la estación, el borracho ya había decidido seguir agrediendo al estudiante, al ver que ningún familiar de este estaba allí para defenderle. Yo, en mi cobardía, no había dicho nada hasta ese momento, pero cuando se lanzó a por su presa, tuve que agarrarlo y estamparlo contra la pared.

Me sorprendió mucho la facilidad con la que lo retuve. Soy mucho más grande que él, pero ese tipo de gente está mucho más acostumbrada que yo a hacer uso de la violencia. Sus amenazas ya eran en plural. Nos daba, incluso, su dirección, para que fuéramos a buscarlo a un pueblo de mierda en el que, por lo visto, vive.

Allí, en mis manos, esa basura social seguía soltando basura por su boca, pero ya era consciente de que, contra mí, nada podía hacer. Yo miré a la niña, con su abuelita, y supe que lo único que le preocupaba es que su padre estuviera bien. Esa basura que no paraba de insultarla, era, al fin y al cabo, su padre.

Lo único que supe decir es que debía pensar en la niña, que era lo importante. Mis palabras le importaban una mierda, la verdad. Solo amenazaba. Podía haberlo lanzado al suelo, y matarlo mediante patadas y puñetazos. Es lo que, obviamente, merecía tal ser. Pero no, no le hice nada, y dejé claro que yo no conocía al chico, que solo quería evitar problemas mayores. 

Supongo que lo dije por temor a posibles represalias futuras. Soy un puto cobarde, y me doy asco a mi mismo. Ese hombre merecía morir. Evité que golpeara, de nuevo, al chico, pero el futuro de la niña es incierto. Usé la cabeza: si hubiera hecho lo que debía, yo habría acabado en la cárcel, y no podría haber mandado dinero a mi familia nunca más. El sistema no me permitía tomar ninguna decisión correcta. No puede existir un país sano que permita que siga existiendo gente como esa, y que siga haciendo el mal con impunidad.